Historia antigua. Arte. Roma.
Obra
Sarcófago del pedagogo, del Museo y Necrópolis
paleocristianas de Tarragona. Realizado en mármol blanco del Proconeso (de 71 cm de altura, 216 de
longitud y 67 cm
de profundidad). Puede datarse en el tercer cuarto del siglo III d.C.
Análisis técnico
El frontal
está dividido en cinco paneles, tres trabajados con relieves figurados y dos
con estrígilos. El campo central representa una escena de lectura, con un
filósofo o poeta sentado identificado por su copiosa barba, larga melena y las
plumas que se alzan sobre la frente, que viste túnica y palio. Está leyendo un
volumen, que sostiene entre sus manos, ante un Herma y acompañado por dos
jóvenes que le escuchan. Uno de los jóvenes, representado en pequeño formato,
está frente a él y avanza con un volumen
en sus manos. El otro, frente al Herma, aparece por la espalda del lector.
En los campos
laterales se hallan representadas las imágenes de los difuntos, cuyos restos
contendría el sarcófago. En el extremo derecho, el hombre, caracterizado como
filósofo, ataviado con el pallium y portando un volumen. La esposa, ataviada
con túnica y manto, sostiene un volumen entre sus manos y está representada
como Musa. Su peinado se asemeja a los de las emperatrices de mediados del
siglo III, aunque sus rasgos físicos siguen modelos un poco posteriores.
Desde el punto
de vista técnico, cabe destacar la profusa utilización del trépano en la escena
central.
Evolución y funcionalidad
El complemento
de los enterramientos romanos de mayor monumentalidad eran las esculturas, que
en época republicana y altoimperial se clasificaban en estatuas de bulto
redondo, bustos-retratos exentos y relieves. Sin embargo con la generalización
de la inhumación desde el siglo II, estas prácticas se restringen a los
sarcófagos, como es el caso que nos ocupa, donde los difuntos protagonizan
escenas de tipo filosófico, heroico o mitológico. En este caso aparece
representado de cuerpo entero, si bien podía aparecer sólo el busto, con
familiares como símbolo de concordia. Hacia los siglos II y III encontramos
mayor número de ejemplares de estatuas ideales, ya adoptadas en la república y
por los emperadores (viri triumphales).
Aparecen también los relieves de artesanos que plasmaban al individuo en su
actividad profesional, ennobleciéndole tras la muerte.
Los sarcófagos realizados en los talleres
de Roma presentaron una evolución a los largo del tiempo. Los realizados en
época republicana son ciertamente escasos, puesto que eran encargos especiales
de familias distinguidas.
Al inicio de
la época imperial se observa la aparición de sarcófagos en forma de cofre con
perfiles moldurados. La presencia de la tabula ansata en el frontal fue la
siguiente evolución. También en la misma época aparecen algunos con decoraciones
sencillas de guirnaldas con bucráneos, roleos vegetales y estrígilos.
Desde el siglo
II aumenta la demanda por el cambio de rito inhumatorio, sustituyendo estos a
las antiguas urnas cinerarias, el Imperio está en pleno apogeo y ello se
manifiesta en todos los órdenes de la vida y la muerte. Se producen dos tipos,
las cajas angulares y las de forma de bañera con forma redondeada en los lados.
Los frontones están decorados con estrigilados, como es nuestro caso, con
columnas que sustentas arcos, arquitrabes o frontones o figuras dispuestas en
un friso o geométricas en los lados. Las cubiertas se transforman en ángulo
recto.
Hacia mediados
del siglo II los sarcófagos de grifos y de guirnaldas, iconografía preeminente
desde inicios del siglo I a.C., van desapareciendo, intensificándose la
decoración de frisos con leyendas míticas, heroizando el alma del difunto para
su paso a la inmortalidad. En este periodo se comienza a observar ya la
afección del mundo griego clásico en la cultura romana. Aparecen en la temática
de las estaciones representadas como Erotes, apareciendo Apolo y Atenea, y las
batallas, de los sarcófagos de los militares, clara influencia helenística.
Desde el siglo
II aparece la representación del difunto (o su inscripción o iconografía)
portado por Victorias trasladándole al más allá, con la idea de perpetuar su
nombre o imagen.
En la primera
mitad del siglo III hay un cambio de creencias con el consiguiente cambio
iconográfico, apareciendo el rostro del difunto como héroe o divinidad,
sustituyéndose la figura de Apolo o Atenea por la del difunto, ataviado como
difunto, ataviado como un filósofo, sabio o poeta, consistiendo otra modalidad
la del caso que nos ocupa,
representándose el difunto con volumina
en sus manos, en actitud lectora, rodeada de estrígilos. Subyace la idea del
pensamiento neoplatónico de inmortalidad por la vía contemplativa a través de
la música, la poesía y la filosofía.
Desde el siglo
III el tema del banquete campestre alcanza gran relevancia, haciendo referencia
a los ágapes en honor de la memoria del difunto.
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