viernes, 24 de agosto de 2012

El Sarcófago del pedagogo

Historia antigua. Arte. Roma.


Obra

Sarcófago del pedagogo, del Museo y Necrópolis paleocristianas de Tarragona. Realizado en mármol blanco del Proconeso (de 71 cm de altura, 216 de longitud y 67 cm de profundidad). Puede datarse en el tercer cuarto del siglo III d.C.


Análisis técnico

El frontal está dividido en cinco paneles, tres trabajados con relieves figurados y dos con estrígilos. El campo central representa una escena de lectura, con un filósofo o poeta sentado identificado por su copiosa barba, larga melena y las plumas que se alzan sobre la frente, que viste túnica y palio. Está leyendo un volumen, que sostiene entre sus manos, ante un Herma y acompañado por dos jóvenes que le escuchan. Uno de los jóvenes, representado en pequeño formato, está frente a él  y avanza con un volumen en sus manos. El otro, frente al Herma, aparece por la espalda del lector.
En los campos laterales se hallan representadas las imágenes de los difuntos, cuyos restos contendría el sarcófago. En el extremo derecho, el hombre, caracterizado como filósofo, ataviado con el pallium y portando un volumen. La esposa, ataviada con túnica y manto, sostiene un volumen entre sus manos y está representada como Musa. Su peinado se asemeja a los de las emperatrices de mediados del siglo III, aunque sus rasgos físicos siguen modelos un poco posteriores.
Desde el punto de vista técnico, cabe destacar la profusa utilización del trépano en la escena central.

Evolución y funcionalidad

El complemento de los enterramientos romanos de mayor monumentalidad eran las esculturas, que en época republicana y altoimperial se clasificaban en estatuas de bulto redondo, bustos-retratos exentos y relieves. Sin embargo con la generalización de la inhumación desde el siglo II, estas prácticas se restringen a los sarcófagos, como es el caso que nos ocupa, donde los difuntos protagonizan escenas de tipo filosófico, heroico o mitológico. En este caso aparece representado de cuerpo entero, si bien podía aparecer sólo el busto, con familiares como símbolo de concordia. Hacia los siglos II y III encontramos mayor número de ejemplares de estatuas ideales, ya adoptadas en la república y por los emperadores (viri triumphales). Aparecen también los relieves de artesanos que plasmaban al individuo en su actividad profesional, ennobleciéndole tras la muerte.

Los sarcófagos realizados en los talleres de Roma presentaron una evolución a los largo del tiempo. Los realizados en época republicana son ciertamente escasos, puesto que eran encargos especiales de familias distinguidas.
Al inicio de la época imperial se observa la aparición de sarcófagos en forma de cofre con perfiles moldurados. La presencia de la tabula ansata en el frontal fue la siguiente evolución. También en la misma época aparecen algunos con decoraciones sencillas de guirnaldas con bucráneos, roleos vegetales y estrígilos.
Desde el siglo II aumenta la demanda por el cambio de rito inhumatorio, sustituyendo estos a las antiguas urnas cinerarias, el Imperio está en pleno apogeo y ello se manifiesta en todos los órdenes de la vida y la muerte. Se producen dos tipos, las cajas angulares y las de forma de bañera con forma redondeada en los lados. Los frontones están decorados con estrigilados, como es nuestro caso, con columnas que sustentas arcos, arquitrabes o frontones o figuras dispuestas en un friso o geométricas en los lados. Las cubiertas se transforman en ángulo recto.
Hacia mediados del siglo II los sarcófagos de grifos y de guirnaldas, iconografía preeminente desde inicios del siglo I a.C., van desapareciendo, intensificándose la decoración de frisos con leyendas míticas, heroizando el alma del difunto para su paso a la inmortalidad. En este periodo se comienza a observar ya la afección del mundo griego clásico en la cultura romana. Aparecen en la temática de las estaciones representadas como Erotes, apareciendo Apolo y Atenea, y las batallas, de los sarcófagos de los militares, clara influencia helenística.
Desde el siglo II aparece la representación del difunto (o su inscripción o iconografía) portado por Victorias trasladándole al más allá, con la idea de perpetuar su nombre o imagen.
En la primera mitad del siglo III hay un cambio de creencias con el consiguiente cambio iconográfico, apareciendo el rostro del difunto como héroe o divinidad, sustituyéndose la figura de Apolo o Atenea por la del difunto, ataviado como difunto, ataviado como un filósofo, sabio o poeta, consistiendo otra modalidad la del caso que nos ocupa, representándose el difunto con volumina en sus manos, en actitud lectora, rodeada de estrígilos. Subyace la idea del pensamiento neoplatónico de inmortalidad por la vía contemplativa a través de la música, la poesía y la filosofía.
Desde el siglo III el tema del banquete campestre alcanza gran relevancia, haciendo referencia a los ágapes en honor de la memoria del difunto.

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