miércoles, 11 de mayo de 2011

EL AMA DE CASA QUE SE HIZO RICA FALSIFICANDO BILLETES CON ENAGUAS VIEJAS


Entre los más grandes falsificadores de la historia es fácil encontrar a grandes artistas, geniales artesanos, mafiosos de la peor calaña o, incluso, personajes importantes con acceso a las más altas cotas de poder. Pero lo que es difícil imaginarse es que entre todos estos grandes delincuentes se colara un pobre ama de casa, de apenas 34 años y con siete hijos, que se hizo multimillonaria con un ingenioso método para falsificar billetes sin salir, a lo largo de toda su vida, de una pequeña villa de Massachusetts, donde se había convertido en una activa feligresa de la parroquia local. Su nombre: Mary Peck Butterworth.

Nació en 1686 en Rehoboth, y a los 24 años se casó con John Butterworth, un modesto granjero con el que subsistía trabajando en una pequeña granja heredada. Una década después, sin embargo, ya habían tenido siete hijos, les habían embargado la propiedad y se encontraban al borde de la miseria a la espera de un milagro con el que poder alimentar a sus pequeños. Y el «milagro» llegó… en forma de picaresca y delito, claro está.

Se encontraba un día la señora Butterworth almidonando la ropa de sus hijos y dejó la plancha, sin darse cuenta, sobre una hoja de periódico. Al percatarse, se sorprendió al ver que parte del texto del periódico había quedado impresa en una de las pequeñas camisas que estaba planchando. Rápido se le encendió una luz, y se preguntó qué ocurriría si apoyaba la plancha caliente sobre uno de los nuevos billetes que se habían emitido en la colonia británica, y después sobre un papel en blanco.

En las primeras pruebas, la impresión aparecía débil y arrugada, cuando no se quemaba el papel por el exceso de calor en la plancha. Pero no se detuvo en su empeño hasta dar con el sistema adecuado, el puente para una vida mejor, lejos de las miserias. Y dio finalmente con él: estampar el molde del billete sobre la muselina rígida de unas de sus enaguas usadas, perfectamente almidonada, y luego lo pasar la plancha no muy caliente sobre el papel y, al final del trabajito, subrayar los detalles con una pluma de ganso.

Era tan perfecta su obra, tan primitivos los billetes y tan raro que alguien se le ocurriera falsificarlos, que le fue muy fácil colocarlos en el vecindario. Viendo la poca sospecha que levantaba, no tuvo reparos en comenzar a comprar ropas caras y objetos de lujo, así como a poner a toda la familia a producir billetes y ponerse en contacto con revendedores, a los que les vendía su «dinero» a la mitad de su valor nominal.

Fue tal el éxito de la falsificación de Mary Peck Butterworth y tan grande la cantidad de billetes que llegó a producir, que en poco tiempo afectó a la economía de Nueva Inglaterra y al control de las finanzas coloniales. De hecho, la «hazaña» de esta ama de casa aparece a menudo entre las grandes falsificaciones de la historia.

En todo este despilfarro, la familia Butterworth cometió el error de adquirir una de las mansiones más lujosas de Rehoboth, que pusieron a nombre de su hijo para despistar a las autoridades. En una inspección rutinaria de hacienda, uno de los hermanos de John Butterworth fue interrogado sobre el origen del dinero con el que la familia había comprado la mansión. Luego preguntaron a Mary Peck. Ambos, con un ataque de nervios, terminaron confesando su delito, a los que siguieron el hijo, una nuera y uno de los revendedores de los billetes.

Sin embargo, en el juicio, celebrado en 1723, el fiscal no pudo encontrar pruebas que contra Butterworth, ya que la astuta ama de casa había arrojado al fuego las piezas que le servían de molde. Fue declarada inocente. ¿Qué hizo después? Según cuentan, continuar falsificando billetes, esta vez con la ayuda de toda la parroquia, hasta que se retiro poco antes de morir, a los 88 años… muy muy muy rica.

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