Esta historia familiar no es como las demás. Este es el relato de una asombrosa colección de arte de incalculable valor propiedad de un industrial del franquismo barcelonés de turbio pasado. El de cuatro hijas desheredadas de ese fenomenal tesoro a favor del Ayuntamiento de Barcelona. Y el de un litigio iniciado entre este y aquellas hace dos décadas y del que aún quedan fascinantes capítulos por escribir. El último se vivió, como la mayoría de los de esta historia, en el señorial palacete que Julio Muñoz Ramonet, hombre hecho a sí mismo en el fango del estraperlo de algodón y de los favores del régimen, tenía hasta su muerte en 1991 en el número 288 de la calle Muntaner. El 25 de julio, técnicos del consistorio pudieron acceder al fin a una propiedad largamente ansiada por la ciudad. Y legítimamente deseada, según una sentencia de marzo de 2012 del Tribunal Supremo que daba por bueno lo establecido en la última voluntad del empresario. En el testamento, escrito en alemán en 1988 y que ni siquiera hace mención a la existencia de las hijas, Muñoz Ramonet legó a Barcelona el edificio y todo lo atesorado en su interior en el momento de la muerte.
Lo que Jaume Ciurana, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, encontró tras abrir la intimidante verja y atravesar la isla verde del jardín de 3.000 metros cuadrados en plena agitación urbana, dista mucho de lo que le habría satisfecho hallar. Las joyas más importantes de la colección de arte —y eso incluye goyas, rembrandts, grecos o murillos— no están en el legendario palacete, que recientemente sirvió de escenario para el rodaje de la película Blancanieves, de Pablo Berger. En las paredes vacías se sucedían las marcas de lo que estuvo y ya no está. En muchos casos los huecos habían sido burdamente rellenados con piezas de escaso valor. "Queremos todas las obras que había en el interior de la casa en el momento en el que falleció Julio Muñoz Ramonet", se limita a comentar con contundencia Ciurana. "No nos conformaremos con una compensación económica".
Aunque el Ayuntamiento se conformara con el dinero, sería prácticamente imposible fijar una cantidad. La colección Muñoz Ramonet es una de las mejores de España conservada en manos privadas, pero no existen cálculos fiables sobre el valor en el mercado de las obras que la componen (suponiendo que el mercado estuviese en condiciones de absorber tanto tesoro). Lo que es seguro es que hablamos de decenas de millones de euros. El germen de este acervo está en la adquisición por parte del industrial de la colección de Rómulo Bosch Catarineu. Fue en 1950, cuando Muñoz Ramonet la compró como parte de Unión Internacional Algodonera, propiedad de Bosch, amante del arte en apuros.
Así entraron en el patrimonio del empresario más de dos millares de obras, entre pinturas, esculturas, piezas arqueológicas, jarrones de porcelana china o Sévres. Entre el más de centenar de artistas representados en la colección, destacan maestros como Fortuny (que aporta 26 piezas), Goya (18) El Greco (12), Sorolla (siete), Rembrandt (cuatro), Murillo y Zurbarán (con tres obras cada uno). Mengs, Monet, Berruguete, Carreño de Miranda, Corot, Delacroix, Renoir, Ribalta, Tiepolo, Tiziano, Zuloaga... La interminable lista, que bien podría servir para trazar una historia del arte occidental, incluye también a Velázquez, Botticelli, dos rafaeles y una exquisita pieza del escasamente prolífico Matthias Grünewald: Boceto de las tentaciones de San Antonio, una de las pocas, sino la única obra del autor alemán atesorada fuera de su país.
¿Qué queda de todo ello en la casa de Muntaner? Ciurana se escuda en razones de seguridad para evitar confirmar lo que otras fuentes consistoriales aseguran: prácticamente ninguna de las piezas maestras de la nómina de autores recién mencionada sigue en Barcelona. "Hay obras de pintores catalanes y españoles. El edificio está vigilado por seguridad privada porque a partir del día 25 es nuestra responsabilidad", explica el concejal, que reclama tiempo para acabar el inventario de todo lo del interior: vajillas, muebles, ropa de cama, cortinas, alfombras y un largo etcétera, para luego cotejarlo con los listados elaborados durante la larga causa judicial. "El proceso será lento. No queremos especular sin tener todos los datos".
El inventario será la próxima parada de un viaje que arrancó en 1991 en Suiza, donde Muñoz Ramonet murió como prófugo de la justicia española. Huyó en 1986 para evitar hacer frente a cargos de estafa y falsedad documental que le podían haber acarreado una condena de 11 años. Tenía 79 cuando falleció. Las hijas ocultaron el testamento desfavorable hasta que una información de EL PAÍS de mayo de 1995 alertó al Ayuntamiento de Barcelona sobre una fenomenal propiedad que ignoraban. Después, lo impugnaron; alegaron su invalidez por estar escrito en alemán, idioma que no dominaba el padre, que dictó 11 voluntades diferentes en vida. Desde un principio las hijas —solo se ha podido contactar con una de ellas para que ofreciera su versión y ha preferido no hacerlo— siempre defendieron que el palacete y las pinturas no eran del padre, sino de Culturarte, S. A., una de la treintena de empresas del industrial.
Al accionariado de esa compañía habían accedido ellas tras una ampliación de capital realizada tres meses antes de fallecer el progenitor. De ahí que, en su versión, no necesitasen heredar algo de lo que eran dueñas legítimamente: una fortuna valorada en más de 120 millones de euros en 1991. Tres sentencias de otros tantos tribunales han echado en estas dos décadas por tierra esos argumentos. En la creencia de esa legitimidad, las hijas fueron trasladando en estos años, casi con toda seguridad a Madrid, las obras que ahora se echan en falta en Muntaner.
En los diferentes inventarios manejados por la causa judicial se hace evidente la disminución de las obras albergadas en el palacete. Si en 1968 en el anexo de una escritura sobre la venta de parte de Inmobiliaria Alós a Culturarte, dos de las firmas del entramado empresarial del financiero, constaban unos 500 cuadros, 50 retablos y cinco grandes tapices, en el siguiente, realizado en 1998, la cifra ya se había visto reducida a menos de 300 obras.
Una cantidad que se mantiene en el último inventario de 2005. Si en el primero aparecen obras de grandes autores, en los dos últimos no hay rastro de ellas. En su lugar, sí constan un buen número de pinturas figurativas y paisajes adquiridos por Muñoz Ramonet a artistas de los años setenta y ochenta. Es el caso de las 71 pinturas de Jordi Curós, las 30 de Josep Garí o las 52 marinas firmadas por Ramon Aguilar More, un pintor hermano del cardiólogo de la familia y cuya obra adquiría por sistema. De las grandes firmas que dieron fama a la colección solo aparecen dos piezas en los inventarios recientes. Una, un cuadro dorado con la inscripción Príncipe Jesús y firmado por Velázquez. Y otra, una pieza ovalada consignada como de Rembrandt. También se citan dos dibujos de Ramon Casas y un retrato firmado por Nonell. Nada más.
Abundan las pruebas de que la colección conservada en Muntaner se ha visto disminuida en este tiempo. Algunas están al alcance de cualquier espectador de la exitosa Blancanieves: la casa sevillana de la madrastra que interpretaba Maribel Verdú, es, cosas del cine, el palacete de la discordia, cuyas paredes lucían en blanco y negro y prácticamente vacías. Otros indicios son más secretos. En un documento de los años sesenta al que ha tenido acceso este diario se puede contemplar un croquis del vestíbulo en el que se especifica que en esa zona hay 46 cuadros, cinco retablos y tres tapices. Se detallan los autores de las obras y dónde están colocadas. La lista impresiona: Boticelli, Goya, Rembrandt, Monet, Murillo, Tiziano, Ribera, Fragonard, Madrazo, Zurbarán, Veronese, Renoir, Grünewald y Tiepolo. En la sala de al lado, llamada "del aperitivo", aparecen otros 24 óleos, salidos del pincel de Murillo, Rafael, El Greco, Rigaud, Mengs o Velázquez. El inventario de 2005 solo contabiliza siete cuadros en estas mismas salas.
Ya en la sentencia favorable al Ayuntamiento emitida por la Audiencia Provincial de Barcelona en 2007 se certificaba que la salida de obras de la casa ha sido una práctica habitual. Según la ponente Maria Sanahuja, que redactó el fallo, Culturarte contrató varios seguros en octubre de 1991 (y por tanto, después de la muerte de Muñoz Ramonet). Una póliza de la empresa Zurich ascendía a 1,8 millones de euros por el traslado de 325 obras a un palacete de la calle Villanueva de Madrid propiedad de la familia. Al mes siguiente, siempre según la jueza, las hijas suscribieron otra póliza, por la que aseguraban la colección depositada en este palacete de la calle Villanueva por valor de 21 millones de euros. Aquella sentencia establecía que debe considerarse "que el legado lo componen los inventarios de 1968", extremo confirmado en la sentencia del Tribunal Supremo. Otro documento al que ha tenido acceso EL PAÍS de febrero de 1992 recoge el pago de 300.000 pesetas (1.800 euros) a Lori Gross, experta estadounidense en arte, quien, entre octubre de 1991 y febrero de 1992, asesoró en la elección de las obras, planificó el traslado de Barcelona al palacete de Villanueva y, una vez en Madrid, supervisó su desembalaje.
En este gigantesco embrollo hay al menos dos de las joyas de la colección que sí están localizadas. Obran en poder desde 2011 del juzgado de Alcobendas (Madrid) y han sido reclamadas por la Fundación Julio Muñoz Ramonet, creada en 1995 para defender los intereses del Ayuntamiento en esta historia. Se trata de La Anunciación, de El Greco, y La aparición de la Virgen del Pilar, de Francisco de Goya, peritadas judicialmente en siete millones de euros. Fueron recuperadas por la Guardia Civil en Alicante dentro de la Operación Creta, cuando iban a ser vendidas. La operación, algo confusa, partió de la denuncia de una de las hijas de Muñoz Ramonet a su exmarido, acusado de robar en 2000 las obras, además de joyas y relojes del domicilio conyugal. Nadie fue detenido. Según Ignasi Domènech, museólogo y experto en coleccionismo de arte, las dos obras son muy importantes. "Sobre todo La Anunciación de El Greco. En el Prado se expone otra versión, pero la de Muñoz Ramonet es mucho mejor y más grande".
Cuando acaben los trabajos de identificación de lo que falta, la posible reclamación la tendrá que llevar a cabo el consistorio. Todo apunta a que las piezas acabarán depositadas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), en cuyo patronato figura el Ayuntamiento de Barcelona. Ciurana no descarta que parte del legado pase a otros centros. El director del MNAC, Pepe Serra, niega que haya habido contactos con el Ayuntamiento por este asunto. El concejal, que ha explicado que el edificio puede acabar siendo una biblioteca municipal para el barrio, se vuelve a mostrar cauteloso: "Tendremos que atenernos a la última voluntad de Muñoz Ramonet y no incumplirla".