Este término, "economofobia" no existe todavía, pero quizás alguna asociación de psicólogos lo ponga en alguna relación de enfermedades psicológicas después de este relato. Felipe vino a verme porque se estresaba especialmente cuando tenía que lidiar con hacienda y cuando tenía que tomar una decisión financiera relativa a su empresa.
La confección de la declaración le ponía de los nervios, y eso que se la hacía un gestor. Si tenía que decidir si comprar o alquilar una nueva tienda, por ejemplo, le entraba el estrés a lo grande. Generalmente, el negocio iba bien y lo disfrutaba, pero a cada poco, surgía una novedad –una decisión económica- o una gestión financiera que le ponía malo.
Felipe era un empresario de éxito, no obstante. Tenía una pequeña cadena de tiendas por toda España y ganaba mucho dinero. Pero a él le iba la parte del concepto del negocio, el márketing, pero odiaba el papeleo y los cálculos. Esto último podía con él. A veces, la tensión en la que entraba en esos periodos de análisis y decisión, le hacían desear dejarlo todo, abandonar su empresa.
En cuanto empezó la terapia, le dije:
- Felipe, yo antes me estresaba con el trabajo y ahora no, ¿quieres saber el truco?
- ¡Por favor!
- Cada mañana, cuando voy en bicicleta a mi despacho, me pregunto a mí mismo: ¿Necesito este trabajo, necesito ser psicólogo? Y mi respuesta es no. Haciendo cualquier otra cosa podría ser feliz: ¡vendiendo naranjas lo seré! Gracias a este ejercicio de renuncia mental, puedo encarar mi jornada para disfrutarla.
Estuvimos hablando de ello y le di a Felipe deberes de renuncia mental en lo relativo a su trabajo, a todo lo económico. Tenía que imaginarse dejando su empresa y siendo muy feliz. Vimos que podía dedicarse a muchas cosas alternativas y muchas de ellas, podían convertir su vida en algo mucho más gratificante de lo que había sido hasta entonces. Por lo tanto, ¡no necesitaba su empresa! ¡Podía quitarse la presión de que tuviese que ir bien!
Para ahondar en su nueva filosofía racional en cuanto al trabajo, en sucesivas sesiones apelamos a la "técnica del peor escenario".
- ¿Qué sucedería si, por ejemplo, los trámites de hacienda los hicieses siempre mal? –le pregunté.
- ¿Qué quieres decir? Eso es casi imposible. Todo mal no es posible.
- Pero imagina que, por una maldición, lo tienes que hacer todo fatal con hacienda y a base de sanciones y demás, te arruinan, y así hasta el final de tu vida –le planteé.
- Dejaría la empresa, entonces, sí… porque para no ganar dinero, no haría nada. Me retiraría al campo o me haría funcionario.
- Y retirado en el campo, ¿no podrías estar muy bien?
- Sí, eso ya lo hemos hablado… Pero lo que me fastidiaría es haber trabajado como un enano todo este tiempo para nada.
Y aquí es cuando le expliqué la anécdota de la ceremonia de disolución del mandala.
Los monjes tibetanos llevan a cabo un ejercicio simbólico que les sirve para recordarles la actitud que deben sostener en esta vida impermanente. Realizan complicados dibujos llamados mandalas compuestos por miles de granitos de arena formando un inmenso mosaico. Estas composiciones representan el universo y por eso se componen de miles de elementos y círculos concéntricos.
Pueden estar componiéndolos durante semanas o meses. Una vez acabado, lo exponen durante unos días y después llevan a cabo "la ceremonia de disolución del mandala" que consiste en levantar la estructura de madera en la que se apoya entre cuatro monjes y… entre melodías de cornetes y flautas: arrojar toda la composición de arenilla fina al viento.
Cuando los monjes destruyen su obra, están expresando que las cosas de la vida no son tan importantes: los logros, el estatus, la condición física, incluso la salud… no tienen importancia como la mayor parte del tiempo pensamos. Podemos disfrutar de ellos, si así lo deseamos, como en un juego, pero es absurdo sufrir por ello.
Escuela de Felicidad
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